La Armenia de papá
Por: Luis Hernando Restrepo Aristizabal
En 1951 el mundo vivió el inicio de una histórica época. Una terrible batalla se disparaba entre las dos Coreas que, absurdamente, se acomodaría durante casi 40 años en los sistemas del mundo, y en donde aún, la peninsula, es motivo de
discordia. La Guerra Fría nacía y con ella, mi padre.
El viejo Parque Uribe en Armenia era el mejor hogar que se pudiera imaginar en aquel entonces. Sobre la carrera 14, en una vieja casona, de esas que tristemente ya no quedan ni en la memoria, vivían don Luis María Restrepo y doña Ana María
Palacio; abuelos que recuerdo sólo en las historias contadas, pero, aun así, los mejores padres de papá.
A Hernando Restrepo Palacio, sus 66 agostos han llenado una vida de historias que quedan relatadas en su memoria, y en sus álbumes, que tan fielmente, ha coleccionado con recortes de recuerdos históricos que presenció desde su juventud.
Papá aún no nacía y el país ya vivía su propio conflicto. Al abuelo, Luis María Restrepo, mi padre siempre lo recuerda como un hombre estricto pero bueno. Para el 9 de abril de 1948, no llevaba minutos la noticia de la muerte del caudillo
liberal Jorge Eliecer Gaitán y la chusma liberal en Armenia ya avanzaba acabando con lo que se les atravesara. Sobre la carrera 18, entre calles 22 y 23, mi abuelo, que era conservador, tenía su cacharrería y la única alternativa era estar armado
para defender lo propio. Lo acompañaba mi tío Hugo, un joven loco que estuvo en el ejército durante el mandato de Rojas Pinilla y que desafortunadamente supo perseguir e intimidar liberales. Era inminente la llegada de una turba enceguecida
por el caos, las radios liberales aumentaban la efervescencia y con revólver en mano, mi abuelo y tío esperaron. “A don Luis Restrepo no lo tocamos, él es un hombre conservador, pero es una persona honorable” dijo el alcalde de la época.
Era liberal y venía liderando a los gaitanistas de Armenia. La turba siguió su recorrido.
El abuelo Luis estuvo a punto de quedar en la historia como uno de tantos caídos por el Bogotazo. No murió pero sí hizo historia; en un par de ocasiones pudo codearse con Jorge Eliecer Gaitán en diversas partidas de ajedrez en el antiguo
Café Club Colombia, que se ubicaba en la actual plazoleta de la Asamblea del Quindío. De peones a reina, Luis María también supo debatirse con el maestro de los cuadros negros y blancos, Boris de Greiff.
Los conflictos siempre dan para recordar algo. La Armenia de los años 50 solía ser tranquila, pero el espanto de los pájaros y de la chusma de aquel entonces, merodeaba sus alrededores. Ni hablar de la crisis de los misiles en Cuba que,
años después, atemorizaría a todo el mundo, incluyendo a Hernando, que siendo educado durante su infancia en la Rafael Uribe, aún recuerda las palabras del director de la escuela, don Jesús Arango López: “prepárense todos para una guerra nuclear entre Rusia y Estados Unidos” una actitud que era todo un espanto para aquella época.
Que a una persona lo coja un elefante del moco y lo tire al suelo, o que le caiga encima un novillo, luego de colgarse de él, pareciera ser una escena salida de una absurda película de Los Tres Chiflados. Pero no, mi padre, era un tremendo
culicagao que no desaprovechaba oportunidad para molestar a los animales que llegaban en circo al barrio Uribe, y al ganado, que en aquel entonces, tenía su parada en un terraplén que hoy es el Parque y Polideportivo Cafetero. Desde su
adolescencia y hasta el día de hoy, a papá se le conoce como Naza; ya se podría imaginar uno su cuerpo como el del Nazareno bíblico.
Los años 60 y 70 fueron una época muy sana en Armenia. En el Parque Uribe, los ‘cocacolos’ que hacían gala de sus atuendos de fiebre de sábado por la noche, eran la vida del barrio. Y como eran la vida, también eran la broma. Nazareno y
sus amigos eran malosos; pobres don Rafaelito, que era sastre y don Carlos Botero Herrera, compositor quindiano, víctimas del nailon, persiguiendo billetes y lapiceros, y evitando que les halaran el aldaba de sus portones de león. Papá y
sus amigos solían ir al río Quindío, cuando este era caudaloso en su paso por La María, y las idas a acampar, con las carpas que prestaban los bomberos de El Bosque, al Valle de Maravélez para compartir unas cuantas cervezas y un partido
de fútbol. Y es que el balón siempre fue una pasión para mi padre.
Los domingos madrugaba a coger guayabas del palo de la casa de la 14. Se iba para el estadio San José, cuando el Deportes Quindío lucia con orgullo una V de victoria en su camiseta. De la venta de la fruta, sacaba para la entrada. Le gustaba
como jugaba el barranquillero Antonio Rada en la delantera y la forma cómo atajaba el argentino Alejandro Tissera en el arco. A papá le tocó la inauguración de la iluminación del San José en un partido del Quindío frente a Tolima. Admiraba
al brasilero del Junior de Barranquilla Víctor Ephanor y al tumaqueño Willington Ortiz, que según papá “el más grande jugador de Colombia que vi en el fútbol”. Nunca jugó en el Deportes Quindío, pero según dicen sus allegados y según
confía mi corazón, papá era de los mejores del futbol amateur de Armenia. Jugó para los equipos de El Tiempo, El Espectador, San Lorenzo, Quindío Deportivo, Javidar, Electro Quindío, entre otros, jugando como defensor, pero cuando se
metía al área de gol marcaba anotaciones de chilena y de rabona. Jugar en la cancha de Los Hermanos era especial para el futbol en Armenia.
Yo recuerdo de niño disfrutar del cine en el Teatro Bolívar, un gusto a corto plazo que heredé de mi padre, que no pudo ser más después de 1999. En su época, existía el matiné y el social doble de las tardes en el Bolívar y en el Teatro Colombia de la 18. Las idas y venidas en el antiguo tren hasta Cali, eran el paseo perfecto que de a centavo y de a peso eran un transporte confiable. Esperar la Vuelta a Colombia en la antigua Galería, era estar pendiente de la llegada de Cochise Rodríguez. Ir al Circoteatro El Bosque nunca será olvido: Antonio Aguilar, Leo Dan, Leonardo Fabio, Nelson Ned, Raphael; cantantes que papá tuvo el
privilegio de ver sobre la arena.
De sus preciados álbumes, de hechos históricos del mundo y del deporte clásico, las imágenes que mi padre más recuerda, son la impactante explosión del transbordador Challenger en 1986 y en fútbol, la chilena del argentino Roberto
Perfumo, sacando un balón contra Alemania en el mundial del 66. De su viejo Parque Uribe, aún recuerda un sitio mágico, La Fontana; en la vieja rockola, cuando sonaba "Se Acabó" de Rodolfo Aicardi, cerraba para siempre de noche a
madrugada.
SOBRE EL AUTOR
Luis Hernando Restrepo Aristizábal
Comunicador Social Periodista de la Universidad del Quindío.
Periodista ambiental. Viverista empírico. Death & Roll para suavizar el oído. Construcción de memoria por medio de la escritura.
Contacto:
Facebook: https://facebook.com/luisrestrepoa
Twitter: @luchorestrepoa
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